
Cuándo invertir en frutas y verduras ecológicas
Saber cuándo invertir en frutas y verduras ecológicas puede ser una ayuda para quienes no manejan un presupuesto holgado. Es obvio que lo ideal sería optar por una alimentación libre de agrotóxicos, pero hacerlo no está al alcance de la mayoría de los hogares españoles.
Ante esta realidad, conviene discernir qué vegetales cultivados según el modelo industrial contienen más sustancias perjudiciales para la salud, para evitarlos en la medida de lo posible, sustituyéndolos por los de cultivo ecológico o por otras especies más seguras.
Conscientes de ello, organizaciones como Ecologistas en Acción y Hogar sin Tóxicos proponen la información como solución provisional, al tiempo que exigen al Gobierno que legisle para prohibir el uso de determinadas sustancias en la agricultura convencional, a ser posible superando la timorata normativa europea.
Así lo ha hecho Dinamarca, que redujo el uso de pesticidas en un 42% entre 2011 y 2019, según los últimos datos publicados por Eurostat, el portal europeo de estadísticas, consultados justamente antes de publicar esta noticia. Mientras, Italia, Portugal, República Checa, Suecia y Rumanía han logrado una reducción en torno al 20%.
En ese periodo de tiempo, la agricultura española, que en términos absolutos es la que usa más pesticidas de la Unión Europea, no solo no ha reducido sus cifras, sino que las ha aumentado en las principales partidas, fungicidas, bactericidas y herbicidas, entre 2011 y 2019.
Una controversia intencionadamente confusa
Desde hace décadas, se ha propiciado una controversia confusa y retorcida en torno a las diferencias entre los vegetales cultivados con técnicas de agricultura industrial y los de cultivo ecológico. Confusa porque, de forma intencionada, se ha tratado de desviar la atención de las principales razones que aconsejan optar por la alimentación orgánica. Retorcida porque los datos se han medido y comunicado de forma que restasen importancia a lo relevante.
Los lobbies de las organizaciones agrarias (Copa-Cogeca en Europa, de la que forman parte las españolas Asaja, COAG y UPA), de la industria alimentaria (en España, FIAB), de la gran distribución (en España, Anged, Asedas) y, por supuesto, de la industria que fabrica los plaguicidas (CropLife Europe, antes ECPA) se escudan en la seguridad alimentaria, pero interpretándola sensu stricto.
Efectivamente, salvo crisis puntuales como la epidemia causada por los pepinos contaminados con un serotipo la bacteria E.coli en 2011, que se saldó con 53 fallecidos y más de un millar de infectados en Alemania, los vegetales provenientes de la agricultura industrial no son venenosos ni entrañan un riesgo inminente para la vida del consumidor.
Pero entrañan riesgos acumulativos para la salud, por más que se traten de ocultar, con la connivencia de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) y su homóloga local, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), que perpetúan la laxitud.
El quid de la cuestión: los disruptores endocrinos
Recientemente, se han publicado dos documentos que señalan el descontrol español y europeo en el uso de pesticidas, y muy particularmente en lo que respecta a los disruptores endocrinos. Se trata de Directo a tus hormonas. Guía de alimentos disruptores, de Ecologistas en Acción, y Consumer Guide. Endocrine Disrupting Pesticides in your Food, de Pesticide Action Network Europe (PAN Europe), organización de la que forma parte la iniciativa Hogar sin Tóxicos.
En ambas guías se hace mención al Reglamento 1107/2009 europeo, que regula los requisitos de comercialización y uso de fórmulas plaguicidas, prohibiendo expresamente, entre otras, “aquellas que tengan propiedades de alteración endocrina que puedan causar efectos nocivos en los seres humanos”. Es decir, la norma ya existe, pero como dice Ecologistas en Acción en su guía, “la aplicación de la ley es un problema endémico en la UE”.
Estas sustancias químicas actúan en el organismo como si fueran hormonas, descontrolan el sistema endocrino y, a largo plazo, pueden alterar el funcionamiento de distintos sistemas corporales, condicionando la salud de las personas.
Como su metabolismo está en construcción, las niñas y los niños son particularmente vulnerables a los efectos de los disruptores endocrinos, incluso durante el desarrollo prenatal, por lo que el segundo grupo de población de máximo riesgo son las embarazadas. En Impaciente ya hemos hablado de ellos en Exposoma y salud: un binomio fascinante, puesto que la exposición a sustancias tóxicas es, precisamente, uno de los factores ambientales no genéticos a los que una persona está expuesta durante toda su vida, que pueden determinar su estado de salud o enfermedad
Entre las consecuencias de estos componentes fitoquímicos en la salud humana se encuentran la infertilidad –masculina y femenina–, enfermedades ginecológicas como los ovarios poliquísticos y la endometriosis, los tipos de cáncer hormonodependientes –mama, ovario, próstata, testículo y tiroides–, alteraciones del desarrollo neurológico –TDAH– y enfermedades inmunoneurológicas –esclerosis múltiple, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica–.
Además, existe evidencia científica que vincula los disruptores endocrinos con trastornos metabólicos tan prevalentes como la obesidad y la diabetes tipo 2, probablemente por su capacidad para alterar la microbiota intestinal. Al actuar como obesógenos o diabetógenos, incrementan el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Paralelamente, nuevos estudios sugieren una relación directa entre algunos disruptores endocrinos y las enfermedades cardiovasculares.
Por tanto, la controversia no debe residir en la cantidad de nutrientes de los alimentos ecológicos en comparación con los procedentes de la agricultura industrial. Tampoco puede estar basada en una interpretación sensu stricto de la seguridad alimentaria, aunque eliminar los disruptores endocrinos de los cultivos sí es una cuestión de seguridad alimentaria.
No existe peligro inminente, pero hay una sólida evidencia sobre el peligro a medio y largo plazo. Uno de los científicos más citados del mundo, pionero absoluto en el estudio del impacto de los pesticidas en la salud humana, el Dr. Nicolás Olea, afirmaba en una entrevista de la Agencia Sinc, publicada en diciembre de 2019: “En disruptores endocrinos, la única dosis segura es la que no existe”, pese a que se empeñen en convencernos de lo contrario.
Al grano: el semáforo vegetal
Los documentos de Ecologistas en Acción y PAN Europe presentan algunas divergencias, que hemos tratado de armonizar para elaborar nuestro semáforo de las frutas y las verduras.
El informe de PAN Europe toma como base los últimos datos publicados por la EFSA, correspondientes a 2017, sobre el uso de pesticidas disruptores endocrinos en los países miembros de la UE.
Haciendo uso del derecho al acceso público a la información en materia de medio ambiente, Ecologistas en Acción solicitó AESAN los últimos datos disponibles del programa de residuos de pesticidas en alimentos en España, correspondientes a 2019, cuando se analizaron 2.314 muestras de alimentos, un número inferior a las 2.711 y 2.773 tomadas, respectivamente, en 2018 y 2017.
La Unión Europea emplea como indicador el número de muestras tomadas por cada 100.000 habitantes para comparar la calidad de los análisis de los estados. Los datos de 2019 situaron a España en el penúltimo lugar del ranking, con 4,7 muestras por cada 100.000 habitantes, mientras la media europea asciende a 18,6.
Aunque este artículo está centrado en frutas y verduras, las muestras tomadas por AESAN incluyen también productos de origen animal, cereales, productos procesados, alimentos infantiles, vino e infusiones, así como alimentos importados presentes en el mercado español.
Antes de entrar de lleno en el semáforo, conviene insistir en la importancia de consumir frutas y verduras locales y de temporada. Aunque no sean de cultivo ecológico, dejan una huella de carbono muy inferior gracias a la proximidad entre el lugar de cultivo y el punto de venta; se siembran y se recogen en el momento óptimo para su desarrollo, por lo que necesitan menos pesticidas, y no maduran en cámara, por lo que no contienen conservantes y son más nutritivas.
Tampoco podemos dejar de recordar que seleccionar la procedencia de las frutas y las verduras que compramos tiene un componente ético. Que en los supermercados de la UE podamos encontrar alimentos frescos provenientes de países tropicales no solamente implica una huella de carbono difícilmente sostenible, sino también explotación de seres humanos y destrucción de ecosistemas.
Asimismo, se recomienda lavar cuidadosamente frutas y verduras, pelarlas siempre que sea posible y evitar que las niñas y los niños chupen la piel. Estas costumbres son importantes para reducir la exposición a los plaguicidas de contacto y a los que se aplican tras la cosecha, como por ejemplo los fungicidas utilizados para la conservación de algunas frutas en cámaras durante varios meses.
Por último, pero no menos importante, sino todo lo contrario, la precaución en relación a los pesticidas nunca debe tener como consecuencia una dieta pobre en frutas y verduras. Las recomendaciones son unánimes: no menos de cinco piezas diarias. Además, en Impaciente ya os hemos contado que en Frutas y verduras: la variedad sí importa.
PODEMOS CONSUMIR TRANQUILAMENTE: Aceituna — Aguacate — Ajo — Apio — Berenjena — Brócoli — Cebolla — Ciruela — Coliflor — Granada — Kiwi — Mango — Melón — Nectarina — Níspero — Paraguayo — Patata — Piña — Repollo — Zanahoria
ES MEJOR CONSUMIR DE VEZ EN CUANDO O SUSTITUIR POR SU VERSIÓN ECOLÓGICA: Acelga — Alcachofa — Albaricoque — Calabaza — Cereza — Espinaca — Frambuesa — Judía con vaina — Kaki — Mora — Pepino — Pimiento — Plátano — Sandía
ES ACONSEJABLE SUSTITUIR POR SU VERSIÓN ECOLÓGICA O LIMITAR MUCHO EL CONSUMO DE: Brotes tiernos — Canónigo — Fresa — Kale / Berza — Lechuga — Limón — Mandarina — Manzana — Naranja — Melocotón — Pera — Tomate — Uva de mesa
* La imagen que ilustra esta noticia es de Foodism360 y está disponible en Unsplash.
Saber cuándo invertir en frutas y verduras ecológicas puede ser una ayuda para quienes no manejan un presupuesto holgado. Es obvio que lo ideal sería optar por una alimentación libre de agrotóxicos, pero hacerlo no está al alcance de la mayoría de los hogares españoles.
Ante esta realidad, conviene discernir qué vegetales cultivados según el modelo industrial contienen más sustancias perjudiciales para la salud, para evitarlos en la medida de lo posible, sustituyéndolos por los de cultivo ecológico o por otras especies más seguras.
Conscientes de ello, organizaciones como Ecologistas en Acción y Hogar sin Tóxicos proponen la información como solución provisional, al tiempo que exigen al Gobierno que legisle para prohibir el uso de determinadas sustancias en la agricultura convencional, a ser posible superando la timorata normativa europea.
Así lo ha hecho Dinamarca, que redujo el uso de pesticidas en un 42% entre 2011 y 2019, según los últimos datos publicados por Eurostat, el portal europeo de estadísticas, consultados justamente antes de publicar esta noticia. Mientras, Italia, Portugal, República Checa, Suecia y Rumanía han logrado una reducción en torno al 20%.
En ese periodo de tiempo, la agricultura española, que en términos absolutos es la que usa más pesticidas de la Unión Europea, no solo no ha reducido sus cifras, sino que las ha aumentado en las principales partidas, fungicidas, bactericidas y herbicidas, entre 2011 y 2019.
Una controversia intencionadamente confusa
Desde hace décadas, se ha propiciado una controversia confusa y retorcida en torno a las diferencias entre los vegetales cultivados con técnicas de agricultura industrial y los de cultivo ecológico. Confusa porque, de forma intencionada, se ha tratado de desviar la atención de las principales razones que aconsejan optar por la alimentación orgánica. Retorcida porque los datos se han medido y comunicado de forma que restasen importancia a lo relevante.
Los lobbies de las organizaciones agrarias (Copa-Cogeca en Europa, de la que forman parte las españolas Asaja, COAG y UPA), de la industria alimentaria (en España, FIAB), de la gran distribución (en España, Anged, Asedas) y, por supuesto, de la industria que fabrica los plaguicidas (CropLife Europe, antes ECPA) se escudan en la seguridad alimentaria, pero interpretándola sensu stricto.
Efectivamente, salvo crisis puntuales como la epidemia causada por los pepinos contaminados con un serotipo la bacteria E.coli en 2011, que se saldó con 53 fallecidos y más de un millar de infectados en Alemania, los vegetales provenientes de la agricultura industrial no son venenosos ni entrañan un riesgo inminente para la vida del consumidor.
Pero entrañan riesgos acumulativos para la salud, por más que se traten de ocultar, con la connivencia de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) y su homóloga local, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), que perpetúan la laxitud.
El quid de la cuestión: los disruptores endocrinos
Recientemente, se han publicado dos documentos que señalan el descontrol español y europeo en el uso de pesticidas, y muy particularmente en lo que respecta a los disruptores endocrinos. Se trata de Directo a tus hormonas. Guía de alimentos disruptores, de Ecologistas en Acción, y Consumer Guide. Endocrine Disrupting Pesticides in your Food, de Pesticide Action Network Europe (PAN Europe), organización de la que forma parte la iniciativa Hogar sin Tóxicos.
En ambas guías se hace mención al Reglamento 1107/2009 europeo, que regula los requisitos de comercialización y uso de fórmulas plaguicidas, prohibiendo expresamente, entre otras, “aquellas que tengan propiedades de alteración endocrina que puedan causar efectos nocivos en los seres humanos”. Es decir, la norma ya existe, pero como dice Ecologistas en Acción en su guía, “la aplicación de la ley es un problema endémico en la UE”.
Estas sustancias químicas actúan en el organismo como si fueran hormonas, descontrolan el sistema endocrino y, a largo plazo, pueden alterar el funcionamiento de distintos sistemas corporales, condicionando la salud de las personas.
Como su metabolismo está en construcción, las niñas y los niños son particularmente vulnerables a los efectos de los disruptores endocrinos, incluso durante el desarrollo prenatal, por lo que el segundo grupo de población de máximo riesgo son las embarazadas. En Impaciente ya hemos hablado de ellos en Exposoma y salud: un binomio fascinante, puesto que la exposición a sustancias tóxicas es, precisamente, uno de los factores ambientales no genéticos a los que una persona está expuesta durante toda su vida, que pueden determinar su estado de salud o enfermedad
Entre las consecuencias de estos componentes fitoquímicos en la salud humana se encuentran la infertilidad –masculina y femenina–, enfermedades ginecológicas como los ovarios poliquísticos y la endometriosis, los tipos de cáncer hormonodependientes –mama, ovario, próstata, testículo y tiroides–, alteraciones del desarrollo neurológico –TDAH– y enfermedades inmunoneurológicas –esclerosis múltiple, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica–.
Además, existe evidencia científica que vincula los disruptores endocrinos con trastornos metabólicos tan prevalentes como la obesidad y la diabetes tipo 2, probablemente por su capacidad para alterar la microbiota intestinal. Al actuar como obesógenos o diabetógenos, incrementan el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Paralelamente, nuevos estudios sugieren una relación directa entre algunos disruptores endocrinos y las enfermedades cardiovasculares.
Por tanto, la controversia no debe residir en la cantidad de nutrientes de los alimentos ecológicos en comparación con los procedentes de la agricultura industrial. Tampoco puede estar basada en una interpretación sensu stricto de la seguridad alimentaria, aunque eliminar los disruptores endocrinos de los cultivos sí es una cuestión de seguridad alimentaria.
No existe peligro inminente, pero hay una sólida evidencia sobre el peligro a medio y largo plazo. Uno de los científicos más citados del mundo, pionero absoluto en el estudio del impacto de los pesticidas en la salud humana, el Dr. Nicolás Olea, afirmaba en una entrevista de la Agencia Sinc, publicada en diciembre de 2019: “En disruptores endocrinos, la única dosis segura es la que no existe”, pese a que se empeñen en convencernos de lo contrario.
Al grano: el semáforo vegetal
Los documentos de Ecologistas en Acción y PAN Europe presentan algunas divergencias, que hemos tratado de armonizar para elaborar nuestro semáforo de las frutas y las verduras.
El informe de PAN Europe toma como base los últimos datos publicados por la EFSA, correspondientes a 2017, sobre el uso de pesticidas disruptores endocrinos en los países miembros de la UE.
Haciendo uso del derecho al acceso público a la información en materia de medio ambiente, Ecologistas en Acción solicitó AESAN los últimos datos disponibles del programa de residuos de pesticidas en alimentos en España, correspondientes a 2019, cuando se analizaron 2.314 muestras de alimentos, un número inferior a las 2.711 y 2.773 tomadas, respectivamente, en 2018 y 2017.
La Unión Europea emplea como indicador el número de muestras tomadas por cada 100.000 habitantes para comparar la calidad de los análisis de los estados. Los datos de 2019 situaron a España en el penúltimo lugar del ranking, con 4,7 muestras por cada 100.000 habitantes, mientras la media europea asciende a 18,6.
Aunque este artículo está centrado en frutas y verduras, las muestras tomadas por AESAN incluyen también productos de origen animal, cereales, productos procesados, alimentos infantiles, vino e infusiones, así como alimentos importados presentes en el mercado español.
Antes de entrar de lleno en el semáforo, conviene insistir en la importancia de consumir frutas y verduras locales y de temporada. Aunque no sean de cultivo ecológico, dejan una huella de carbono muy inferior gracias a la proximidad entre el lugar de cultivo y el punto de venta; se siembran y se recogen en el momento óptimo para su desarrollo, por lo que necesitan menos pesticidas, y no maduran en cámara, por lo que no contienen conservantes y son más nutritivas.
Tampoco podemos dejar de recordar que seleccionar la procedencia de las frutas y las verduras que compramos tiene un componente ético. Que en los supermercados de la UE podamos encontrar alimentos frescos provenientes de países tropicales no solamente implica una huella de carbono difícilmente sostenible, sino también explotación de seres humanos y destrucción de ecosistemas.
Asimismo, se recomienda lavar cuidadosamente frutas y verduras, pelarlas siempre que sea posible y evitar que las niñas y los niños chupen la piel. Estas costumbres son importantes para reducir la exposición a los plaguicidas de contacto y a los que se aplican tras la cosecha, como por ejemplo los fungicidas utilizados para la conservación de algunas frutas en cámaras durante varios meses.
Por último, pero no menos importante, sino todo lo contrario, la precaución en relación a los pesticidas nunca debe tener como consecuencia una dieta pobre en frutas y verduras. Las recomendaciones son unánimes: no menos de cinco piezas diarias. Además, en Impaciente ya os hemos contado que en Frutas y verduras: la variedad sí importa.
PODEMOS CONSUMIR CON TRANQUILIDAD: Aceituna — Aguacate — Ajo — Apio — Berenjena — Brócoli — Cebolla — Ciruela — Coliflor — Granada — Kiwi — Mango — Melón — Nectarina — Níspero — Paraguayo — Patata — Piña — Repollo — Zanahoria
ES MEJOR CONSUMIR DE VEZ EN CUANDO O SUSTITUIR POR SU VERSIÓN ECOLÓGICA: Acelga — Alcachofa — Albaricoque — Calabaza — Cereza — Espinaca — Frambuesa — Judía con vaina — Kaki — Mora — Pepino — Pimiento — Plátano — Sandía
ES ACONSEJABLE SUSTITUIR POR SU VERSIÓN ECOLÓGICA O LIMITAR MUCHO EL CONSUMO DE: Brotes tiernos — Canónigo — Fresa — Kale / Berza — Lechuga — Limón — Mandarina — Manzana — Naranja — Melocotón — Pera — Tomate — Uva de mesa
* La imagen que ilustra esta noticia es de Foodism360 y está disponible en Unsplash.
Saber cuándo invertir en frutas y verduras ecológicas puede ser una ayuda para quienes no manejan un presupuesto holgado. Es obvio que lo ideal sería optar por una alimentación libre de agrotóxicos, pero hacerlo no está al alcance de la mayoría de los hogares españoles.
Ante esta realidad, conviene discernir qué vegetales cultivados según el modelo industrial contienen más sustancias perjudiciales para la salud, para evitarlos en la medida de lo posible, sustituyéndolos por los de cultivo ecológico o por otras especies más seguras.
Conscientes de ello, organizaciones como Ecologistas en Acción y Hogar sin Tóxicos proponen la información como solución provisional, al tiempo que exigen al Gobierno que legisle para prohibir el uso de determinadas sustancias en la agricultura convencional, a ser posible superando la timorata normativa europea.
Así lo ha hecho Dinamarca, que redujo el uso de pesticidas en un 42% entre 2011 y 2019, según los últimos datos publicados por Eurostat, el portal europeo de estadísticas, consultados justamente antes de publicar esta noticia. Mientras, Italia, Portugal, República Checa, Suecia y Rumanía han logrado una reducción en torno al 20%.
En ese periodo de tiempo, la agricultura española, que en términos absolutos es la que usa más pesticidas de la Unión Europea, no solo no ha reducido sus cifras, sino que las ha aumentado en las principales partidas, fungicidas, bactericidas y herbicidas, entre 2011 y 2019.
Una controversia intencionadamente confusa
Desde hace décadas, se ha propiciado una controversia confusa y retorcida en torno a las diferencias entre los vegetales cultivados con técnicas de agricultura industrial y los de cultivo ecológico. Confusa porque, de forma intencionada, se ha tratado de desviar la atención de las principales razones que aconsejan optar por la alimentación orgánica. Retorcida porque los datos se han medido y comunicado de forma que restasen importancia a lo relevante.
Los lobbies de las organizaciones agrarias (Copa-Cogeca en Europa, de la que forman parte las españolas Asaja, COAG y UPA), de la industria alimentaria (en España, FIAB), de la gran distribución (en España, Anged, Asedas) y, por supuesto, de la industria que fabrica los plaguicidas (CropLife Europe, antes ECPA) se escudan en la seguridad alimentaria, pero interpretándola sensu stricto.
Efectivamente, salvo crisis puntuales como la epidemia causada por los pepinos contaminados con un serotipo la bacteria E.coli en 2011, que se saldó con 53 fallecidos y más de un millar de infectados en Alemania, los vegetales provenientes de la agricultura industrial no son venenosos ni entrañan un riesgo inminente para la vida del consumidor.
Pero entrañan riesgos acumulativos para la salud, por más que se traten de ocultar, con la connivencia de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) y su homóloga local, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), que perpetúan la laxitud.
El quid de la cuestión: los disruptores endocrinos
Recientemente, se han publicado dos documentos que señalan el descontrol español y europeo en el uso de pesticidas, y muy particularmente en lo que respecta a los disruptores endocrinos. Se trata de Directo a tus hormonas. Guía de alimentos disruptores, de Ecologistas en Acción, y Consumer Guide. Endocrine Disrupting Pesticides in your Food, de Pesticide Action Network Europe (PAN Europe), organización de la que forma parte la iniciativa Hogar sin Tóxicos.
En ambas guías se hace mención al Reglamento 1107/2009 europeo, que regula los requisitos de comercialización y uso de fórmulas plaguicidas, prohibiendo expresamente, entre otras, “aquellas que tengan propiedades de alteración endocrina que puedan causar efectos nocivos en los seres humanos”. Es decir, la norma ya existe, pero como dice Ecologistas en Acción en su guía, “la aplicación de la ley es un problema endémico en la UE”.
Estas sustancias químicas actúan en el organismo como si fueran hormonas, descontrolan el sistema endocrino y, a largo plazo, pueden alterar el funcionamiento de distintos sistemas corporales, condicionando la salud de las personas.
Como su metabolismo está en construcción, las niñas y los niños son particularmente vulnerables a los efectos de los disruptores endocrinos, incluso durante el desarrollo prenatal, por lo que el segundo grupo de población de máximo riesgo son las embarazadas. En Impaciente ya hemos hablado de ellos en Exposoma y salud: un binomio fascinante, puesto que la exposición a sustancias tóxicas es, precisamente, uno de los factores ambientales no genéticos a los que una persona está expuesta durante toda su vida, que pueden determinar su estado de salud o enfermedad
Entre las consecuencias de estos componentes fitoquímicos en la salud humana se encuentran la infertilidad –masculina y femenina–, enfermedades ginecológicas como los ovarios poliquísticos y la endometriosis, los tipos de cáncer hormonodependientes –mama, ovario, próstata, testículo y tiroides–, alteraciones del desarrollo neurológico –TDAH– y enfermedades inmunoneurológicas –esclerosis múltiple, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica–.
Además, existe evidencia científica que vincula los disruptores endocrinos con trastornos metabólicos tan prevalentes como la obesidad y la diabetes tipo 2, probablemente por su capacidad para alterar la microbiota intestinal. Al actuar como obesógenos o diabetógenos, incrementan el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Paralelamente, nuevos estudios sugieren una relación directa entre algunos disruptores endocrinos y las enfermedades cardiovasculares.
Por tanto, la controversia no debe residir en la cantidad de nutrientes de los alimentos ecológicos en comparación con los procedentes de la agricultura industrial. Tampoco puede estar basada en una interpretación sensu stricto de la seguridad alimentaria, aunque eliminar los disruptores endocrinos de los cultivos sí es una cuestión de seguridad alimentaria.
No existe peligro inminente, pero hay una sólida evidencia sobre el peligro a medio y largo plazo. Uno de los científicos más citados del mundo, pionero absoluto en el estudio del impacto de los pesticidas en la salud humana, el Dr. Nicolás Olea, afirmaba en una entrevista de la Agencia Sinc, publicada en diciembre de 2019: “En disruptores endocrinos, la única dosis segura es la que no existe”, pese a que se empeñen en convencernos de lo contrario.
Al grano: el semáforo vegetal
Los documentos de Ecologistas en Acción y PAN Europe presentan algunas divergencias, que hemos tratado de armonizar para elaborar nuestro semáforo de las frutas y las verduras.
El informe de PAN Europe toma como base los últimos datos publicados por la EFSA, correspondientes a 2017, sobre el uso de pesticidas disruptores endocrinos en los países miembros de la UE.
Haciendo uso del derecho al acceso público a la información en materia de medio ambiente, Ecologistas en Acción solicitó AESAN los últimos datos disponibles del programa de residuos de pesticidas en alimentos en España, correspondientes a 2019, cuando se analizaron 2.314 muestras de alimentos, un número inferior a las 2.711 y 2.773 tomadas, respectivamente, en 2018 y 2017.
La Unión Europea emplea como indicador el número de muestras tomadas por cada 100.000 habitantes para comparar la calidad de los análisis de los estados. Los datos de 2019 situaron a España en el penúltimo lugar del ranking, con 4,7 muestras por cada 100.000 habitantes, mientras la media europea asciende a 18,6.
Aunque este artículo está centrado en frutas y verduras, las muestras tomadas por AESAN incluyen también productos de origen animal, cereales, productos procesados, alimentos infantiles, vino e infusiones, así como alimentos importados presentes en el mercado español.
Antes de entrar de lleno en el semáforo, conviene insistir en la importancia de consumir frutas y verduras locales y de temporada. Aunque no sean de cultivo ecológico, dejan una huella de carbono muy inferior gracias a la proximidad entre el lugar de cultivo y el punto de venta; se siembran y se recogen en el momento óptimo para su desarrollo, por lo que necesitan menos pesticidas, y no maduran en cámara, por lo que no contienen conservantes y son más nutritivas.
Tampoco podemos dejar de recordar que seleccionar la procedencia de las frutas y las verduras que compramos tiene un componente ético. Que en los supermercados de la UE podamos encontrar alimentos frescos provenientes de países tropicales no solamente implica una huella de carbono difícilmente sostenible, sino también explotación de seres humanos y destrucción de ecosistemas.
Asimismo, se recomienda lavar cuidadosamente frutas y verduras, pelarlas siempre que sea posible y evitar que las niñas y los niños chupen la piel. Estas costumbres son importantes para reducir la exposición a los plaguicidas de contacto y a los que se aplican tras la cosecha, como por ejemplo los fungicidas utilizados para la conservación de algunas frutas en cámaras durante varios meses.
Por último, pero no menos importante, sino todo lo contrario, la precaución en relación a los pesticidas nunca debe tener como consecuencia una dieta pobre en frutas y verduras. Las recomendaciones son unánimes: no menos de cinco piezas diarias. Además, en Impaciente ya os hemos contado que en Frutas y verduras: la variedad sí importa.
PODEMOS CONSUMIR CON TRANQUILIDAD: Aceituna — Aguacate — Ajo — Apio — Berenjena — Brócoli — Cebolla — Ciruela — Coliflor — Granada — Kiwi — Mango — Melón — Nectarina — Níspero — Paraguayo — Patata — Piña — Repollo — Zanahoria
ES MEJOR CONSUMIR DE VEZ EN CUANDO O SUSTITUIR POR SU VERSIÓN ECOLÓGICA: Acelga — Alcachofa — Albaricoque — Calabaza — Cereza — Espinaca — Frambuesa — Judía con vaina — Kaki — Mora — Pepino — Pimiento — Plátano — Sandía
ES ACONSEJABLE SUSTITUIR POR SU VERSIÓN ECOLÓGICA O LIMITAR MUCHO EL CONSUMO DE: Brotes tiernos — Canónigo — Fresa — Kale / Berza — Lechuga — Limón — Mandarina — Manzana — Naranja — Melocotón — Pera — Tomate — Uva de mesa
* La imagen que ilustra esta noticia es de Foodism360 y está disponible en Unsplash.