
Svetlana Alexiévich y el sueño reducido a escombros
Hace unos días, el Espacio Fundación Telefónica acogió un encuentro con la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2015 por sus crónicas corales, descriptivas y emocionales de la época soviética y el sueño democrático que siguió a la caída del Muro de Berlín. Un sueño ahora reducido a escombros que le impiden alejarse de la guerra, el totalitarismo y la violencia como materias primas literarias y que la obligaron a abandonar a su familia, su casa, su pueblo y su idioma en septiembre de 2020, ya que su oposición al régimen impuesto por Lukashenko en Bielorrusia amenazaba su vida. He aquí algunos fragmentos de su impactante intervención en Madrid, con la guerra de Ucrania de fondo y la tristeza como estado de ánimo inevitable.
Svetlana Alexiévich (o Aleksiévich, como escriben algunas fuentes) ha pasado por Madrid recientemente, aunque no para presentar un libro como en anteriores ocasiones. Esta vez fue investida doctora honoris causa por la Universidad Complutense “por su forma de entender la literatura a través del periodismo, retratando y comprendiendo el alma del antiguo pueblo soviético”. Aprovechando su estancia, el Espacio Fundación Telefónica (EFT) organizó un encuentro con la autora, Premio Nobel de Literatura 2015, que giró sobre el horror al que pensaba que no tendría que volver, es decir, la guerra de Ucrania, el totalitarismo fascista de Putin en Rusia, la deriva autoritaria de Lukashenko en Bielorrusia y, como consecuencia, la profunda tristeza que le produce el sueño de democracia que pudo ser y no fue.
La periodista Montserrat Domínguez conversó durante más de una hora con ella, que también respondió a algunas preguntas del público, y tanto sus palabras como la atmósfera de inevitable abatimiento, de dolor, que inundaba el espacio me resultaron apabullantes, tan humanas y tan de otro mundo a la vez. Aunque no estuve allí, sino que asistí de forma telemática (el Espacio Fundación Telefónica retransmite sus eventos en directo y más tarde los publica en su web y su canal de YouTube), la carga emocional traspasaba las ondas y me alcanzaba.
No creo ni por un momento que esta sensación haya sido cosa mía. Estoy segura de que emanaba de la propia Alexiévich. En la página biográfica que le dedica la web del EFT, que la autora visitaba por tercera vez en cinco años, se puede leer esta frase: “Cuando me traducen, siempre pido que transmitan la poética trágica de mis libros”. ¿Qué esperar de ella entonces, cuando ‘su parte’ del mundo está otra vez en llamas?
El 27 de octubre, días después del encuentro con la autora de Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (publicado en 1997 y editado por Debate en 2015), el presidente ruso pronunció una conferencia en un foro de discusión organizado en Moscú por el Club de Debate Valdai, un think tank de altos vuelos al que acusan de blanquear el régimen y al propio Vladimir Putin como líder. Interpretar sus palabras como propaganda política y de guerra no es complicado. Tras definir la ocupación de Ucrania como una defensa del derecho de Rusia a existir, describió este momento como histórico y afirmó que “estamos sin duda ante la década más peligrosa, la más importante, la más impredecible” desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Para el todopoderoso gobernante, el planeta se encuentra en una “situación revolucionaria”, causada por Occidente, que busca “desesperadamente” dominar el mundo.
Que Rusia vuelve a estar sometida a un tirano es algo que sabemos desde hace tiempo, pero que Putin decidiera invadir Ucrania el 24 de febrero de este año sin saber (o sabiendo) que aquello no iba a ser una marcha triunfal ha sido para mí algo así como el momento en el que eclosiona una certeza: esta Rusia parece flotar en una época pasada, como si el atraso que contemplamos tras la caída del Muro de Berlín en el otoño de 1969 se hubiese reproducido, o esta suerte de anacronismo siempre hubiese estado ahí, más o menos latente, y ahora hubiese vuelto a hacerse visible.
Aunque tengo claro en qué lugar del mundo prefiero estar, pese a todo, no soy analista política. No tengo la formación necesaria para sentar cátedra, ni lo pretendo. No sé qué es vivir una dictadura ‘de facto’, ni un estado policial, ni mucho menos en una guerra. Y ahí quiero llegar: desde estas certezas y esta extrañeza, me sobrecogió escuchar y sentir la desolación de Svetlana Alexiévich ante el deja vú de tiempos pasados en el que el pueblo ruso, el bielorruso, el ucraniano y sus alrededores se han visto inmersos por las decisiones del nuevo zar. O del nuevo Stalin.
Lo que pretendo es recoger algunas de sus reflexiones, que me conmovieron, me sobrecogieron y me trasladaron a una tesitura que, por suerte, no es la mía, pero pude sentir por un momento gracias a esta mujer. Una mujer que vive, piensa y observa desde el pensamiento crítico, pero no desde la teoría. A pie de calle. A corazón abierto. Esa es, para mí, su grandeza. Sumar a la indagación y el baño de gentes del mejor periodismo la emoción de la literatura. He aquí esos fragmentos de la voz de Svetlana Alexiévich narrando un momento histórico. Otra vez.
Una escritora ante el horror y el desencanto
“Nadie estaba preparado para lo que pasó en febrero –dijo refiriéndose a la invasión de Ucrania el 24 de dicho mes–. Pese a los tanques rusos que se dirigían a la frontera, todo el mundo pensaba que no podía ser, que era imposible. En los años 90 que nos tocó vivir fuimos unos románticos, pensábamos que la democracia ya no tenía marcha atrás, que las cosas ya no podían cambiar. El shock fue muy fuerte, sobre todo al principio, aunque todavía persiste. Sigo a los periodistas ucranianos que escriben sobre la guerra y es raro leer artículos profundos y serios. Algunos se limitan a demonizar a Putin y a describir algunas ideas básicas, pero es raro encontrarse con ideas interesantes”.
“Lo que yo veo es el fascismo ruso. El régimen de Putin tiene todas las características de un régimen totalitario fascista. Sin embargo, los intelectuales rusos se callan porque utilizar la palabra guerra está penado con entre seis y ocho años de cárcel. En Bielorrusia, criticar al gobierno de Lukashenko es todavía peor y puede suponer una condena de más de 20 años. Todavía nos sentimos todos perdidos”.
“Creo que la guerra va a durar mucho tiempo. Putin no va a parar hasta destruir Ucrania porque es un pueblo al que odia con toda su alma. Su visión de la historia, la forma en la que expresa sus ideas sobre la historia, nos pone los pelos de punta. Lo que dice muestra una falta de conocimiento y una falta de sentido común absolutos. Toda la democracia que habíamos ganado, todo lo que se había construido en estos 30 años, ha quedado reducido a escombros”.
De algún modo, ese fracaso llevaba mucho tiempo evidenciándose. Alexiévich contó una historia sucedida en la época previa a las elecciones convocadas tras la renuncia de Boris Yeltsin el 31 de diciembre de 1999. Unas elecciones que ganó Putin, del que entonces se decía que era un hombre de paja, un tecnócrata pensado como paréntesis hasta que apareciese alguna figura líder en el horizonte. Hasta ahora… Pero, volviendo a la historia, corría el año 2000 cuando la escritora emprendió un viaje Irkutsk (Siberia), donde hubo campos de concentración, o gulags, en la época soviética. Hizo el viaje para acompañar al equipo de un rodaje japonés basado en uno de sus libros. Visitaron los campos y hablaron con la gente que había vivido ese terror.
Les contaron que soltaban a la gente en la nieve con un hacha para cien personas como única herramienta de supervivencia y que había mujeres que mataban a sus bebés para que no tuvieran que sufrir una muerte lenta. Sin embargo, la gente mayor, la que había conocido esa época, les decía que quería un gobierno de mano dura. “Ese viaje por la Rusia profunda me dejó destrozada. Mis amigos de Moscú no se lo podían creer. No sabíamos lo que ocurría en nuestro propio país… Tampoco me hubiese imaginado nunca que en 2020 tendría que huir de Minsk sin nada porque me había quedado sola en la oposición a Lukashenko. Creo que en la antigua URSS había gente que no sabía vivir una vida libre, que no sabía vivir fuera del campo de concentración y, al apoyar a líderes fascistas, ha estado construyéndose un campo nuevo”.
En 2020, cuando tuvo que huir de Minsk a Berlín ‘con lo puesto’ porque su vida corría peligro inminente, escribía un libro sobre el amor y otro sobre la vejez, en el que trataba de descubrir qué piensa la gente de vivir 20 años más que antes
Alexiévich opina que la Unión Europea ha estado coqueteando con Putin y se muestra muy sorprendida de que no comprendiese antes lo que verdaderamente estaba ocurriendo. “¿Por qué no quiso verlo? Permitió la anexión de Crimea en 2014, pero solo ahora ha entendido que Putin no va a parar si logra ganar en Ucrania y se ha unido”, reflexionó durante su intervención, para detenerse después en algo que resulta evidente para cualquier persona que observe la situación con cierto detenimiento: el ejército ruso no es el más fuerte a nivel tecnológico. “Pero no podemos olvidar que Rusia hace la guerra sembrando cadáveres. No guerrea con la cabeza, sino con la destrucción”.
Se han filtrado documentos secretos que indican que Putin no ha decidido movilizar 1.200.000 soldados, no 300.000 como ha dicho. Este dato refuerza esa forma de entender la guerra. “Pasó lo mismo tras el accidente de Chernobyl, cuando el Kremlin envió a cientos de miles de soldados a cavar trincheras, cuando el enemigo era la radiación y las trincheras no servían para nada. Pero Rusia aplicó, una vez más, el método de la metralleta”, explicó.
El 21 de septiembre pasado, Putin amenazó a Occidente con utilizar armas nucleares, acusando a la OTAN y la Unión Europea de alentar los bombardeos en la zona de la central de Zaporiyia, cuya autoría no reconoce el ejército ucraniano, que los atribuye a las fuerzas militares rusas. Putin advirtió a los países que llevan a cabo un chantaje nuclear contra Moscú que “el viento podría soplar en su dirección” y que usaría “todos los medios a su disposición para defender Rusia”. Hace apenas unos días, negó que tuviese intención de utilizar este tipo de armamento y señaló de nuevo a Occidente como culpable de retorcer sus palabras.
Durante el encuentro en el Espacio Fundación Telefónica, Montserrat Domínguez preguntó a la escritora y periodista si cree posible que Putin cumpla su amenaza. Para responder, recuperó la analogía del viento, pero empezó diciendo que “con los dictadores nunca se sabe porque son gente de poca educación, pero quiero pensar que su amenaza es solo un chantaje. La radiación borra la diferencia entre lo suyo y lo nuestro. Borra el espacio. Quiero pensar que en el Kremlin saben que si bombardean Kiev con armas nucleares el viento llevará la radiación a Rusia. Sin embargo, en su día enviaron soldados a cavar trincheras a Chernobyl sabiendo que los mandaban a la muerte”.
Ahora también se está enviando a muchos jóvenes a la muerte, pero Putin ha puesto en marcha una campaña de propaganda en toda regla, de modo que “las madres callan por miedo a no cobrar la indemnización de siete millones de rublos (cerca de 115.000 euros) si sus hijos mueren en la guerra de Ucrania. Las madres de los soldados muertos durante la invasión soviética de Afganistán (1979–1989) arañaban las caras de los oficiales del ejército cuando les devolvían a sus hijos en ataúdes de zinc, como cuento en mi libro Los muchachos del zinc (Ed. Debate, 2016). Ahora se callan”.
Durante su intervención, Alexiévich puso más ejemplos tanto de la existencia de una Rusia profunda como de la orquestación de una campaña de propaganda de estilo netamente bélico y fascista por parte del régimen de Vladimir Putin. “Se han filtrado conversaciones telefónicas entre los soldados rusos y sus familias y son terribles. Hablan de saquear, de violar… Yo que amo a la gente rusa, siento que estas personas no son la gente rusa que yo he conocido. Estoy perdida”.
“Mis primos ucranianos –tengo familia en Ucrania, Rusia y Bielorrusia– no podían ni imaginar que iban a verse obligados a disparar a sus hermanos rusos. Sin embargo, reconozco que me ha impresionado la fuerza y la unión del pueblo y el ejército ucranianos. Ucrania está ganando esta guerra en espíritu. Por el contrario, los soldados rusos están sucios y muertos de hambre, pero, sobre todo, es evidente que no saben qué hacen en aquel país, no le encuentran sentido a la guerra. A la vez, somos muchos los que no podemos entender el odio que destilan algunos rusos, incluso algunos amigos míos, hacia el pueblo ucraniano. ¡Tanta sangre derramada en nombre del odio!”.
Considera que Putin y Lukashenko quieren llevar al pueblo de vuelta a la Edad Media y que se sirven de métodos totalitarios para lograrlo. “Llevo muchos años contemplando el mal y cada vez estoy más convencida de que el totalitarismo puede hacer lo que quiera con las personas. En el libro que estoy escribiendo intento contestar a la pregunta más difícil: ¿De dónde sale el animal que hay dentro de las personas y por qué despierta tan rápido cuando tiene ocasión?”.
El libro al que se refiere trata de lo que ella denomina el “gulag de Bielorrusia”, una obra coral, como es tradición en su literatura, sobre los hombres encarcelados por el régimen de Lukashenko. “La visión de las cárceles bielorrusas por dentro me quitó toda la fe en la humanidad. Cuando conoces a los soldados que han torturado a los presos políticos y ves que son jóvenes, guapos y agradables pierdes la fe”, afirmó.
Tal y como contó en una entrevista publicada por Pilar Bonet en El País en diciembre de 2021, la escritora formó parte del consejo coordinador de las protestas contra las elecciones celebradas el 8 de agosto de 2020 en Bielorrusia, que proclamaron vencedor, una vez más, a Aleksandr Lukashenko, en el poder desde 1994. Durante la feroz represión de las protestas, Alexiévich fue interrogada por el comité de investigación gubernamental. Teniendo en cuenta la triste tradición de atentar contra intelectuales y periodistas, tanto en Bielorrusia como en Rusia, diplomáticos extranjeros y funcionarios internacionales montaron guardia durante semanas ante su domicilio de Minsk, hasta que, a finales de septiembre, la acompañaron al aeropuerto a tomar un avión hacia Berlín para salvar su vida.
Fue entonces cuando aparcó los temas sobre los que estaba escribiendo, para un libro sobre el amor y otro sobre la vejez, a los que se refirió en el Espacio Fundación Telefónica. Los aparcó porque se sintió impelida a volver sobre los temas que han marcado su trayectoria: “Me ha tocado escribir otro libro sobre la guerra y el totalitarismo. No pensaba que fuera a ser así y estoy harta de escribir sobre la violencia. Cuando tuve que huir a Alemania estaba escribiendo sobre el amor, una de las experiencias más potentes de la vida humana, que, en ocasiones, se convierte en otro tipo de guerra. Y estaba escribiendo también sobre la vejez, en un proyecto en el que trataba de descubrir qué piensa la gente de vivir 20 años más que antes y quería reflejar el misticismo de las personas ancianas, que tienen los sentidos agudizados y empiezan a ver las cosas de forma distinta a como siempre las habían visto”.
Aunque la fuerza de la actualidad tuvo como consecuencia un encuentro centrado fundamentalmente en la guerra de Ucrania, Svetlana Alexiévich tuvo ocasión de dedicar los últimos minutos a su realidad y su obra. También a sus vivencias y sus pensamientos, que, indudablemente, la tienen sumida en una tristeza existencial y profunda. “Aunque sé que no puedo, quiero volver a Bielorrusia. Allí tengo a mi hija y mi nieta. Además, mi trabajo depende mucho de la lengua, que va cambiando con el tiempo porque surgen nuevas palabras, y con ellas nuevos sentimientos”, dijo, explicando todo lo que le ha robado el exilio.
Sin embargo, el público insistía en preguntarle sobre la guerra de Ucrania, sobre el papel de la OTAN en la zona y sobre formas de estructurar una eventual revolución que termine con los regímenes totalitarios de Putin y Lukashenko. “Estas preguntas son muy difíciles para mí. No soy partidaria de luchar, vencer o ganar con sangre, pero no tengo una respuesta ni una alternativa. Yo soy artista, no puedo incitar a la violencia”.
* La imagen que ilustra esta noticia se ha extraído de la página web del Espacio Fundación Telefónica.
Hace unos días, el Espacio Fundación Telefónica acogió un encuentro con la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2015 por sus crónicas corales, descriptivas y emocionales de la época soviética y el sueño democrático que siguió a la caída del Muro de Berlín. Un sueño ahora reducido a escombros que le impiden alejarse de la guerra, el totalitarismo y la violencia como materias primas literarias y que la obligaron a abandonar a su familia, su casa, su pueblo y su idioma en septiembre de 2020, ya que su oposición al régimen impuesto por Lukashenko en Bielorrusia amenazaba su vida. He aquí algunos fragmentos de su impactante intervención en Madrid, con la guerra de Ucrania de fondo y la tristeza como estado de ánimo inevitable.
Svetlana Alexiévich (o Aleksiévich, como escriben algunas fuentes) ha pasado por Madrid recientemente, aunque no para presentar un libro como en anteriores ocasiones. Esta vez fue investida doctora honoris causa por la Universidad Complutense “por su forma de entender la literatura a través del periodismo, retratando y comprendiendo el alma del antiguo pueblo soviético”. Aprovechando su estancia, el Espacio Fundación Telefónica (EFT) organizó un encuentro con la autora, Premio Nobel de Literatura 2015, que giró sobre el horror al que pensaba que no tendría que volver, es decir, la guerra de Ucrania, el totalitarismo fascista de Putin en Rusia, la deriva autoritaria de Lukashenko en Bielorrusia y, como consecuencia, la profunda tristeza que le produce el sueño de democracia que pudo ser y no fue.
La periodista Montserrat Domínguez conversó durante más de una hora con ella, que también respondió a algunas preguntas del público, y tanto sus palabras como la atmósfera de inevitable abatimiento, de dolor, que inundaba el espacio me resultaron apabullantes, tan humanas y tan de otro mundo a la vez. Aunque no estuve allí, sino que asistí de forma telemática (el Espacio Fundación Telefónica retransmite sus eventos en directo y más tarde los publica en su web y su canal de YouTube), la carga emocional traspasaba las ondas y me alcanzaba.
No creo ni por un momento que esta sensación haya sido cosa mía. Estoy segura de que emanaba de la propia Alexiévich. En la página biográfica que le dedica la web del EFT, que la autora visitaba por tercera vez en cinco años, se puede leer esta frase: “Cuando me traducen, siempre pido que transmitan la poética trágica de mis libros”. ¿Qué esperar de ella entonces, cuando ‘su parte’ del mundo está otra vez en llamas?
El 27 de octubre, días después del encuentro con la autora de Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (publicado en 1997 y editado por Debate en 2015), el presidente ruso pronunció una conferencia en un foro de discusión organizado en Moscú por el Club de Debate Valdai, un think tank de altos vuelos al que acusan de blanquear el régimen y al propio Vladimir Putin como líder. Interpretar sus palabras como propaganda política y de guerra no es complicado. Tras definir la ocupación de Ucrania como una defensa del derecho de Rusia a existir, describió este momento como histórico y afirmó que “estamos sin duda ante la década más peligrosa, la más importante, la más impredecible” desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Para el todopoderoso gobernante, el planeta se encuentra en una “situación revolucionaria”, causada por Occidente, que busca “desesperadamente” dominar el mundo.
Que Rusia vuelve a estar sometida a un tirano es algo que sabemos desde hace tiempo, pero que Putin decidiera invadir Ucrania el 24 de febrero de este año sin saber (o sabiendo) que aquello no iba a ser una marcha triunfal ha sido para mí algo así como el momento en el que eclosiona una certeza: esta Rusia parece flotar en una época pasada, como si el atraso que contemplamos tras la caída del Muro de Berlín en el otoño de 1969 se hubiese reproducido, o esta suerte de anacronismo siempre hubiese estado ahí, más o menos latente, y ahora hubiese vuelto a hacerse visible.
Aunque tengo claro en qué lugar del mundo prefiero estar, pese a todo, no soy analista política. No tengo la formación necesaria para sentar cátedra, ni lo pretendo. No sé qué es vivir una dictadura ‘de facto’, ni un estado policial, ni mucho menos en una guerra. Y ahí quiero llegar: desde estas certezas y esta extrañeza, me sobrecogió escuchar y sentir la desolación de Svetlana Alexiévich ante el deja vú de tiempos pasados en el que el pueblo ruso, el bielorruso, el ucraniano y sus alrededores se han visto inmersos por las decisiones del nuevo zar. O del nuevo Stalin.
Lo que pretendo es recoger algunas de sus reflexiones, que me conmovieron, me sobrecogieron y me trasladaron a una tesitura que, por suerte, no es la mía, pero pude sentir por un momento gracias a esta mujer. Una mujer que vive, piensa y observa desde el pensamiento crítico, pero no desde la teoría. A pie de calle. A corazón abierto. Esa es, para mí, su grandeza. Sumar a la indagación y el baño de gentes del mejor periodismo la emoción de la literatura. He aquí esos fragmentos de la voz de Svetlana Alexiévich narrando un momento histórico. Otra vez.
Una escritora ante el horror y el desencanto
“Nadie estaba preparado para lo que pasó en febrero –dijo refiriéndose a la invasión de Ucrania el 24 de dicho mes–. Pese a los tanques rusos que se dirigían a la frontera, todo el mundo pensaba que no podía ser, que era imposible. En los años 90 que nos tocó vivir fuimos unos románticos, pensábamos que la democracia ya no tenía marcha atrás, que las cosas ya no podían cambiar. El shock fue muy fuerte, sobre todo al principio, aunque todavía persiste. Sigo a los periodistas ucranianos que escriben sobre la guerra y es raro leer artículos profundos y serios. Algunos se limitan a demonizar a Putin y a describir algunas ideas básicas, pero es raro encontrarse con ideas interesantes”.
“Lo que yo veo es el fascismo ruso. El régimen de Putin tiene todas las características de un régimen totalitario fascista. Sin embargo, los intelectuales rusos se callan porque utilizar la palabra guerra está penado con entre seis y ocho años de cárcel. En Bielorrusia, criticar al gobierno de Lukashenko es todavía peor y puede suponer una condena de más de 20 años. Todavía nos sentimos todos perdidos”.
“Creo que la guerra va a durar mucho tiempo. Putin no va a parar hasta destruir Ucrania porque es un pueblo al que odia con toda su alma. Su visión de la historia, la forma en la que expresa sus ideas sobre la historia, nos pone los pelos de punta. Lo que dice muestra una falta de conocimiento y una falta de sentido común absolutos. Toda la democracia que habíamos ganado, todo lo que se había construido en estos 30 años, ha quedado reducido a escombros”.
De algún modo, ese fracaso llevaba mucho tiempo evidenciándose. Alexiévich contó una historia sucedida en la época previa a las elecciones convocadas tras la renuncia de Boris Yeltsin el 31 de diciembre de 1999. Unas elecciones que ganó Putin, del que entonces se decía que era un hombre de paja, un tecnócrata pensado como paréntesis hasta que apareciese alguna figura líder en el horizonte. Hasta ahora… Pero, volviendo a la historia, corría el año 2000 cuando la escritora emprendió un viaje Irkutsk (Siberia), donde hubo campos de concentración, o gulags, en la época soviética. Hizo el viaje para acompañar al equipo de un rodaje japonés basado en uno de sus libros. Visitaron los campos y hablaron con la gente que había vivido ese terror.
Les contaron que soltaban a la gente en la nieve con un hacha para cien personas como única herramienta de supervivencia y que había mujeres que mataban a sus bebés para que no tuvieran que sufrir una muerte lenta. Sin embargo, la gente mayor, la que había conocido esa época, les decía que quería un gobierno de mano dura. “Ese viaje por la Rusia profunda me dejó destrozada. Mis amigos de Moscú no se lo podían creer. No sabíamos lo que ocurría en nuestro propio país… Tampoco me hubiese imaginado nunca que en 2020 tendría que huir de Minsk sin nada porque me había quedado sola en la oposición a Lukashenko. Creo que en la antigua URSS había gente que no sabía vivir una vida libre, que no sabía vivir fuera del campo de concentración y, al apoyar a líderes fascistas, ha estado construyéndose un campo nuevo”.
En 2020, cuando tuvo que huir de Minsk a Berlín ‘con lo puesto’ porque su vida corría peligro inminente, escribía un libro sobre el amor y otro sobre la vejez, en el que trataba de descubrir qué piensa la gente de vivir 20 años más que antes
Alexiévich opina que la Unión Europea ha estado coqueteando con Putin y se muestra muy sorprendida de que no comprendiese antes lo que verdaderamente estaba ocurriendo. “¿Por qué no quiso verlo? Permitió la anexión de Crimea en 2014, pero solo ahora ha entendido que Putin no va a parar si logra ganar en Ucrania y se ha unido”, reflexionó durante su intervención, para detenerse después en algo que resulta evidente para cualquier persona que observe la situación con cierto detenimiento: el ejército ruso no es el más fuerte a nivel tecnológico. “Pero no podemos olvidar que Rusia hace la guerra sembrando cadáveres. No guerrea con la cabeza, sino con la destrucción”.
Se han filtrado documentos secretos que indican que Putin no ha decidido movilizar 1.200.000 soldados, no 300.000 como ha dicho. Este dato refuerza esa forma de entender la guerra. “Pasó lo mismo tras el accidente de Chernobyl, cuando el Kremlin envió a cientos de miles de soldados a cavar trincheras, cuando el enemigo era la radiación y las trincheras no servían para nada. Pero Rusia aplicó, una vez más, el método de la metralleta”, explicó.
El 21 de septiembre pasado, Putin amenazó a Occidente con utilizar armas nucleares, acusando a la OTAN y la Unión Europea de alentar los bombardeos en la zona de la central de Zaporiyia, cuya autoría no reconoce el ejército ucraniano, que los atribuye a las fuerzas militares rusas. Putin advirtió a los países que llevan a cabo un chantaje nuclear contra Moscú que “el viento podría soplar en su dirección” y que usaría “todos los medios a su disposición para defender Rusia”. Hace apenas unos días, negó que tuviese intención de utilizar este tipo de armamento y señaló de nuevo a Occidente como culpable de retorcer sus palabras.
Durante el encuentro en el Espacio Fundación Telefónica, Montserrat Domínguez preguntó a la escritora y periodista si cree posible que Putin cumpla su amenaza. Para responder, recuperó la analogía del viento, pero empezó diciendo que “con los dictadores nunca se sabe porque son gente de poca educación, pero quiero pensar que su amenaza es solo un chantaje. La radiación borra la diferencia entre lo suyo y lo nuestro. Borra el espacio. Quiero pensar que en el Kremlin saben que si bombardean Kiev con armas nucleares el viento llevará la radiación a Rusia. Sin embargo, en su día enviaron soldados a cavar trincheras a Chernobyl sabiendo que los mandaban a la muerte”.
Ahora también se está enviando a muchos jóvenes a la muerte, pero Putin ha puesto en marcha una campaña de propaganda en toda regla, de modo que “las madres callan por miedo a no cobrar la indemnización de siete millones de rublos (cerca de 115.000 euros) si sus hijos mueren en la guerra de Ucrania. Las madres de los soldados muertos durante la invasión soviética de Afganistán (1979–1989) arañaban las caras de los oficiales del ejército cuando les devolvían a sus hijos en ataúdes de zinc, como cuento en mi libro Los muchachos del zinc (Ed. Debate, 2016). Ahora se callan”.
Durante su intervención, Alexiévich puso más ejemplos tanto de la existencia de una Rusia profunda como de la orquestación de una campaña de propaganda de estilo netamente bélico y fascista por parte del régimen de Vladimir Putin. “Se han filtrado conversaciones telefónicas entre los soldados rusos y sus familias y son terribles. Hablan de saquear, de violar… Yo que amo a la gente rusa, siento que estas personas no son la gente rusa que yo he conocido. Estoy perdida”.
“Mis primos ucranianos –tengo familia en Ucrania, Rusia y Bielorrusia– no podían ni imaginar que iban a verse obligados a disparar a sus hermanos rusos. Sin embargo, reconozco que me ha impresionado la fuerza y la unión del pueblo y el ejército ucranianos. Ucrania está ganando esta guerra en espíritu. Por el contrario, los soldados rusos están sucios y muertos de hambre, pero, sobre todo, es evidente que no saben qué hacen en aquel país, no le encuentran sentido a la guerra. A la vez, somos muchos los que no podemos entender el odio que destilan algunos rusos, incluso algunos amigos míos, hacia el pueblo ucraniano. ¡Tanta sangre derramada en nombre del odio!”.
Considera que Putin y Lukashenko quieren llevar al pueblo de vuelta a la Edad Media y que se sirven de métodos totalitarios para lograrlo. “Llevo muchos años contemplando el mal y cada vez estoy más convencida de que el totalitarismo puede hacer lo que quiera con las personas. En el libro que estoy escribiendo intento contestar a la pregunta más difícil: ¿De dónde sale el animal que hay dentro de las personas y por qué despierta tan rápido cuando tiene ocasión?”.
El libro al que se refiere trata de lo que ella denomina el “gulag de Bielorrusia”, una obra coral, como es tradición en su literatura, sobre los hombres encarcelados por el régimen de Lukashenko. “La visión de las cárceles bielorrusas por dentro me quitó toda la fe en la humanidad. Cuando conoces a los soldados que han torturado a los presos políticos y ves que son jóvenes, guapos y agradables pierdes la fe”, afirmó.
Tal y como contó en una entrevista publicada por Pilar Bonet en El País en diciembre de 2021, la escritora formó parte del consejo coordinador de las protestas contra las elecciones celebradas el 8 de agosto de 2020 en Bielorrusia, que proclamaron vencedor, una vez más, a Aleksandr Lukashenko, en el poder desde 1994. Durante la feroz represión de las protestas, Alexiévich fue interrogada por el comité de investigación gubernamental. Teniendo en cuenta la triste tradición de atentar contra intelectuales y periodistas, tanto en Bielorrusia como en Rusia, diplomáticos extranjeros y funcionarios internacionales montaron guardia durante semanas ante su domicilio de Minsk, hasta que, a finales de septiembre, la acompañaron al aeropuerto a tomar un avión hacia Berlín para salvar su vida.
Fue entonces cuando aparcó los temas sobre los que estaba escribiendo, para un libro sobre el amor y otro sobre la vejez, a los que se refirió en el Espacio Fundación Telefónica. Los aparcó porque se sintió impelida a volver sobre los temas que han marcado su trayectoria: “Me ha tocado escribir otro libro sobre la guerra y el totalitarismo. No pensaba que fuera a ser así y estoy harta de escribir sobre la violencia. Cuando tuve que huir a Alemania estaba escribiendo sobre el amor, una de las experiencias más potentes de la vida humana, que, en ocasiones, se convierte en otro tipo de guerra. Y estaba escribiendo también sobre la vejez, en un proyecto en el que trataba de descubrir qué piensa la gente de vivir 20 años más que antes y quería reflejar el misticismo de las personas ancianas, que tienen los sentidos agudizados y empiezan a ver las cosas de forma distinta a como siempre las habían visto”.
Aunque la fuerza de la actualidad tuvo como consecuencia un encuentro centrado fundamentalmente en la guerra de Ucrania, Svetlana Alexiévich tuvo ocasión de dedicar los últimos minutos a su realidad y su obra. También a sus vivencias y sus pensamientos, que, indudablemente, la tienen sumida en una tristeza existencial y profunda. “Aunque sé que no puedo, quiero volver a Bielorrusia. Allí tengo a mi hija y mi nieta. Además, mi trabajo depende mucho de la lengua, que va cambiando con el tiempo porque surgen nuevas palabras, y con ellas nuevos sentimientos”, dijo, explicando todo lo que le ha robado el exilio.
Sin embargo, el público insistía en preguntarle sobre la guerra de Ucrania, sobre el papel de la OTAN en la zona y sobre formas de estructurar una eventual revolución que termine con los regímenes totalitarios de Putin y Lukashenko. “Estas preguntas son muy difíciles para mí. No soy partidaria de luchar, vencer o ganar con sangre, pero no tengo una respuesta ni una alternativa. Yo soy artista, no puedo incitar a la violencia”.
* La imagen que ilustra esta noticia se ha extraído de la página web del Espacio Fundación Telefónica.
Hace unos días, el Espacio Fundación Telefónica acogió un encuentro con la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2015 por sus crónicas corales, descriptivas y emocionales de la época soviética y el sueño democrático que siguió a la caída del Muro de Berlín. Un sueño ahora reducido a escombros que le impiden alejarse de la guerra, el totalitarismo y la violencia como materias primas literarias y que la obligaron a abandonar a su familia, su casa, su pueblo y su idioma en septiembre de 2020, ya que su oposición al régimen impuesto por Lukashenko en Bielorrusia amenazaba su vida. He aquí algunos fragmentos de su impactante intervención en Madrid, con la guerra de Ucrania de fondo y la tristeza como estado de ánimo inevitable.
Svetlana Alexiévich (o Aleksiévich, como escriben algunas fuentes) ha pasado por Madrid recientemente, aunque no para presentar un libro como en anteriores ocasiones. Esta vez fue investida doctora honoris causa por la Universidad Complutense “por su forma de entender la literatura a través del periodismo, retratando y comprendiendo el alma del antiguo pueblo soviético”. Aprovechando su estancia, el Espacio Fundación Telefónica (EFT) organizó un encuentro con la autora, Premio Nobel de Literatura 2015, que giró sobre el horror al que pensaba que no tendría que volver, es decir, la guerra de Ucrania, el totalitarismo fascista de Putin en Rusia, la deriva autoritaria de Lukashenko en Bielorrusia y, como consecuencia, la profunda tristeza que le produce el sueño de democracia que pudo ser y no fue.
La periodista Montserrat Domínguez conversó durante más de una hora con ella, que también respondió a algunas preguntas del público, y tanto sus palabras como la atmósfera de inevitable abatimiento, de dolor, que inundaba el espacio me resultaron apabullantes, tan humanas y tan de otro mundo a la vez. Aunque no estuve allí, sino que asistí de forma telemática (el Espacio Fundación Telefónica retransmite sus eventos en directo y más tarde los publica en su web y su canal de YouTube), la carga emocional traspasaba las ondas y me alcanzaba.
No creo ni por un momento que esta sensación haya sido cosa mía. Estoy segura de que emanaba de la propia Alexiévich. En la página biográfica que le dedica la web del EFT, que la autora visitaba por tercera vez en cinco años, se puede leer esta frase: “Cuando me traducen, siempre pido que transmitan la poética trágica de mis libros”. ¿Qué esperar de ella entonces, cuando ‘su parte’ del mundo está otra vez en llamas?
El 27 de octubre, días después del encuentro con la autora de Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (publicado en 1997 y editado por Debate en 2015), el presidente ruso pronunció una conferencia en un foro de discusión organizado en Moscú por el Club de Debate Valdai, un think tank de altos vuelos al que acusan de blanquear el régimen y al propio Vladimir Putin como líder. Interpretar sus palabras como propaganda política y de guerra no es complicado. Tras definir la ocupación de Ucrania como una defensa del derecho de Rusia a existir, describió este momento como histórico y afirmó que “estamos sin duda ante la década más peligrosa, la más importante, la más impredecible” desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Para el todopoderoso gobernante, el planeta se encuentra en una “situación revolucionaria”, causada por Occidente, que busca “desesperadamente” dominar el mundo.
Que Rusia vuelve a estar sometida a un tirano es algo que sabemos desde hace tiempo, pero que Putin decidiera invadir Ucrania el 24 de febrero de este año sin saber (o sabiendo) que aquello no iba a ser una marcha triunfal ha sido para mí algo así como el momento en el que eclosiona una certeza: esta Rusia parece flotar en una época pasada, como si el atraso que contemplamos tras la caída del Muro de Berlín en el otoño de 1969 se hubiese reproducido, o esta suerte de anacronismo siempre hubiese estado ahí, más o menos latente, y ahora hubiese vuelto a hacerse visible.
Aunque tengo claro en qué lugar del mundo prefiero estar, pese a todo, no soy analista política. No tengo la formación necesaria para sentar cátedra, ni lo pretendo. No sé qué es vivir una dictadura ‘de facto’, ni un estado policial, ni mucho menos en una guerra. Y ahí quiero llegar: desde estas certezas y esta extrañeza, me sobrecogió escuchar y sentir la desolación de Svetlana Alexiévich ante el deja vú de tiempos pasados en el que el pueblo ruso, el bielorruso, el ucraniano y sus alrededores se han visto inmersos por las decisiones del nuevo zar. O del nuevo Stalin.
Lo que pretendo es recoger algunas de sus reflexiones, que me conmovieron, me sobrecogieron y me trasladaron a una tesitura que, por suerte, no es la mía, pero pude sentir por un momento gracias a esta mujer. Una mujer que vive, piensa y observa desde el pensamiento crítico, pero no desde la teoría. A pie de calle. A corazón abierto. Esa es, para mí, su grandeza. Sumar a la indagación y el baño de gentes del mejor periodismo la emoción de la literatura. He aquí esos fragmentos de la voz de Svetlana Alexiévich narrando un momento histórico. Otra vez.
Una escritora ante el horror y el desencanto
“Nadie estaba preparado para lo que pasó en febrero –dijo refiriéndose a la invasión de Ucrania el 24 de dicho mes–. Pese a los tanques rusos que se dirigían a la frontera, todo el mundo pensaba que no podía ser, que era imposible. En los años 90 que nos tocó vivir fuimos unos románticos, pensábamos que la democracia ya no tenía marcha atrás, que las cosas ya no podían cambiar. El shock fue muy fuerte, sobre todo al principio, aunque todavía persiste. Sigo a los periodistas ucranianos que escriben sobre la guerra y es raro leer artículos profundos y serios. Algunos se limitan a demonizar a Putin y a describir algunas ideas básicas, pero es raro encontrarse con ideas interesantes”.
“Lo que yo veo es el fascismo ruso. El régimen de Putin tiene todas las características de un régimen totalitario fascista. Sin embargo, los intelectuales rusos se callan porque utilizar la palabra guerra está penado con entre seis y ocho años de cárcel. En Bielorrusia, criticar al gobierno de Lukashenko es todavía peor y puede suponer una condena de más de 20 años. Todavía nos sentimos todos perdidos”.
“Creo que la guerra va a durar mucho tiempo. Putin no va a parar hasta destruir Ucrania porque es un pueblo al que odia con toda su alma. Su visión de la historia, la forma en la que expresa sus ideas sobre la historia, nos pone los pelos de punta. Lo que dice muestra una falta de conocimiento y una falta de sentido común absolutos. Toda la democracia que habíamos ganado, todo lo que se había construido en estos 30 años, ha quedado reducido a escombros”.
De algún modo, ese fracaso llevaba mucho tiempo evidenciándose. Alexiévich contó una historia sucedida en la época previa a las elecciones convocadas tras la renuncia de Boris Yeltsin el 31 de diciembre de 1999. Unas elecciones que ganó Putin, del que entonces se decía que era un hombre de paja, un tecnócrata pensado como paréntesis hasta que apareciese alguna figura líder en el horizonte. Hasta ahora… Pero, volviendo a la historia, corría el año 2000 cuando la escritora emprendió un viaje Irkutsk (Siberia), donde hubo campos de concentración, o gulags, en la época soviética. Hizo el viaje para acompañar al equipo de un rodaje japonés basado en uno de sus libros. Visitaron los campos y hablaron con la gente que había vivido ese terror.
Les contaron que soltaban a la gente en la nieve con un hacha para cien personas como única herramienta de supervivencia y que había mujeres que mataban a sus bebés para que no tuvieran que sufrir una muerte lenta. Sin embargo, la gente mayor, la que había conocido esa época, les decía que quería un gobierno de mano dura. “Ese viaje por la Rusia profunda me dejó destrozada. Mis amigos de Moscú no se lo podían creer. No sabíamos lo que ocurría en nuestro propio país… Tampoco me hubiese imaginado nunca que en 2020 tendría que huir de Minsk sin nada porque me había quedado sola en la oposición a Lukashenko. Creo que en la antigua URSS había gente que no sabía vivir una vida libre, que no sabía vivir fuera del campo de concentración y, al apoyar a líderes fascistas, ha estado construyéndose un campo nuevo”.
En 2020, cuando tuvo que huir de Minsk a Berlín ‘con lo puesto’ porque su vida corría peligro inminente, escribía un libro sobre el amor y otro sobre la vejez, en el que trataba de descubrir qué piensa la gente de vivir 20 años más que antes
Alexiévich opina que la Unión Europea ha estado coqueteando con Putin y se muestra muy sorprendida de que no comprendiese antes lo que verdaderamente estaba ocurriendo. “¿Por qué no quiso verlo? Permitió la anexión de Crimea en 2014, pero solo ahora ha entendido que Putin no va a parar si logra ganar en Ucrania y se ha unido”, reflexionó durante su intervención, para detenerse después en algo que resulta evidente para cualquier persona que observe la situación con cierto detenimiento: el ejército ruso no es el más fuerte a nivel tecnológico. “Pero no podemos olvidar que Rusia hace la guerra sembrando cadáveres. No guerrea con la cabeza, sino con la destrucción”.
Se han filtrado documentos secretos que indican que Putin no ha decidido movilizar 1.200.000 soldados, no 300.000 como ha dicho. Este dato refuerza esa forma de entender la guerra. “Pasó lo mismo tras el accidente de Chernobyl, cuando el Kremlin envió a cientos de miles de soldados a cavar trincheras, cuando el enemigo era la radiación y las trincheras no servían para nada. Pero Rusia aplicó, una vez más, el método de la metralleta”, explicó.
El 21 de septiembre pasado, Putin amenazó a Occidente con utilizar armas nucleares, acusando a la OTAN y la Unión Europea de alentar los bombardeos en la zona de la central de Zaporiyia, cuya autoría no reconoce el ejército ucraniano, que los atribuye a las fuerzas militares rusas. Putin advirtió a los países que llevan a cabo un chantaje nuclear contra Moscú que “el viento podría soplar en su dirección” y que usaría “todos los medios a su disposición para defender Rusia”. Hace apenas unos días, negó que tuviese intención de utilizar este tipo de armamento y señaló de nuevo a Occidente como culpable de retorcer sus palabras.
Durante el encuentro en el Espacio Fundación Telefónica, Montserrat Domínguez preguntó a la escritora y periodista si cree posible que Putin cumpla su amenaza. Para responder, recuperó la analogía del viento, pero empezó diciendo que “con los dictadores nunca se sabe porque son gente de poca educación, pero quiero pensar que su amenaza es solo un chantaje. La radiación borra la diferencia entre lo suyo y lo nuestro. Borra el espacio. Quiero pensar que en el Kremlin saben que si bombardean Kiev con armas nucleares el viento llevará la radiación a Rusia. Sin embargo, en su día enviaron soldados a cavar trincheras a Chernobyl sabiendo que los mandaban a la muerte”.
Ahora también se está enviando a muchos jóvenes a la muerte, pero Putin ha puesto en marcha una campaña de propaganda en toda regla, de modo que “las madres callan por miedo a no cobrar la indemnización de siete millones de rublos (cerca de 115.000 euros) si sus hijos mueren en la guerra de Ucrania. Las madres de los soldados muertos durante la invasión soviética de Afganistán (1979–1989) arañaban las caras de los oficiales del ejército cuando les devolvían a sus hijos en ataúdes de zinc, como cuento en mi libro Los muchachos del zinc (Ed. Debate, 2016). Ahora se callan”.
Durante su intervención, Alexiévich puso más ejemplos tanto de la existencia de una Rusia profunda como de la orquestación de una campaña de propaganda de estilo netamente bélico y fascista por parte del régimen de Vladimir Putin. “Se han filtrado conversaciones telefónicas entre los soldados rusos y sus familias y son terribles. Hablan de saquear, de violar… Yo que amo a la gente rusa, siento que estas personas no son la gente rusa que yo he conocido. Estoy perdida”.
“Mis primos ucranianos –tengo familia en Ucrania, Rusia y Bielorrusia– no podían ni imaginar que iban a verse obligados a disparar a sus hermanos rusos. Sin embargo, reconozco que me ha impresionado la fuerza y la unión del pueblo y el ejército ucranianos. Ucrania está ganando esta guerra en espíritu. Por el contrario, los soldados rusos están sucios y muertos de hambre, pero, sobre todo, es evidente que no saben qué hacen en aquel país, no le encuentran sentido a la guerra. A la vez, somos muchos los que no podemos entender el odio que destilan algunos rusos, incluso algunos amigos míos, hacia el pueblo ucraniano. ¡Tanta sangre derramada en nombre del odio!”.
Considera que Putin y Lukashenko quieren llevar al pueblo de vuelta a la Edad Media y que se sirven de métodos totalitarios para lograrlo. “Llevo muchos años contemplando el mal y cada vez estoy más convencida de que el totalitarismo puede hacer lo que quiera con las personas. En el libro que estoy escribiendo intento contestar a la pregunta más difícil: ¿De dónde sale el animal que hay dentro de las personas y por qué despierta tan rápido cuando tiene ocasión?”.
El libro al que se refiere trata de lo que ella denomina el “gulag de Bielorrusia”, una obra coral, como es tradición en su literatura, sobre los hombres encarcelados por el régimen de Lukashenko. “La visión de las cárceles bielorrusas por dentro me quitó toda la fe en la humanidad. Cuando conoces a los soldados que han torturado a los presos políticos y ves que son jóvenes, guapos y agradables pierdes la fe”, afirmó.
Tal y como contó en una entrevista publicada por Pilar Bonet en El País en diciembre de 2021, la escritora formó parte del consejo coordinador de las protestas contra las elecciones celebradas el 8 de agosto de 2020 en Bielorrusia, que proclamaron vencedor, una vez más, a Aleksandr Lukashenko, en el poder desde 1994. Durante la feroz represión de las protestas, Alexiévich fue interrogada por el comité de investigación gubernamental. Teniendo en cuenta la triste tradición de atentar contra intelectuales y periodistas, tanto en Bielorrusia como en Rusia, diplomáticos extranjeros y funcionarios internacionales montaron guardia durante semanas ante su domicilio de Minsk, hasta que, a finales de septiembre, la acompañaron al aeropuerto a tomar un avión hacia Berlín para salvar su vida.
Fue entonces cuando aparcó los temas sobre los que estaba escribiendo, para un libro sobre el amor y otro sobre la vejez, a los que se refirió en el Espacio Fundación Telefónica. Los aparcó porque se sintió impelida a volver sobre los temas que han marcado su trayectoria: “Me ha tocado escribir otro libro sobre la guerra y el totalitarismo. No pensaba que fuera a ser así y estoy harta de escribir sobre la violencia. Cuando tuve que huir a Alemania estaba escribiendo sobre el amor, una de las experiencias más potentes de la vida humana, que, en ocasiones, se convierte en otro tipo de guerra. Y estaba escribiendo también sobre la vejez, en un proyecto en el que trataba de descubrir qué piensa la gente de vivir 20 años más que antes y quería reflejar el misticismo de las personas ancianas, que tienen los sentidos agudizados y empiezan a ver las cosas de forma distinta a como siempre las habían visto”.
Aunque la fuerza de la actualidad tuvo como consecuencia un encuentro centrado fundamentalmente en la guerra de Ucrania, Svetlana Alexiévich tuvo ocasión de dedicar los últimos minutos a su realidad y su obra. También a sus vivencias y sus pensamientos, que, indudablemente, la tienen sumida en una tristeza existencial y profunda. “Aunque sé que no puedo, quiero volver a Bielorrusia. Allí tengo a mi hija y mi nieta. Además, mi trabajo depende mucho de la lengua, que va cambiando con el tiempo porque surgen nuevas palabras, y con ellas nuevos sentimientos”, dijo, explicando todo lo que le ha robado el exilio.
Sin embargo, el público insistía en preguntarle sobre la guerra de Ucrania, sobre el papel de la OTAN en la zona y sobre formas de estructurar una eventual revolución que termine con los regímenes totalitarios de Putin y Lukashenko. “Estas preguntas son muy difíciles para mí. No soy partidaria de luchar, vencer o ganar con sangre, pero no tengo una respuesta ni una alternativa. Yo soy artista, no puedo incitar a la violencia”.
* La imagen que ilustra esta noticia se ha extraído de la página web del Espacio Fundación Telefónica.